En un momento histórico donde se hace imprescindible superar las barreras religiosas, ideológicas, políticas y sociales que abren abismos ante nosotros, el Metropolitan Museum da un paso adelante con la inauguración de su nueva exhibición temporaria.
Bajo el título Jerusalem 1000-1400 Todas las personas bajo el cielo, propone recorrer los cuatrocientos años en que la ciudad fue habitada, construida, destruida, devastada y conquistada alternadamente por todas las religiones.
Los miembros de la Asociación de Amigos del MET cuentan con una ventaja inmejorable: la posibilidad de asistir a la exhibición una semana antes de su inauguración. En el acceso a la sala, estrictos controles por parte del MET confirman que pertenecer tiene sus privilegios.
El diseño del recorrido de Jerusalem invita a la introspección. La exquisita iluminación, el silencio y la originalidad de las piezas -un anillo de bodas, un globo terráqueo y una acuarela- despiertan curiosidad.
Los anillos de matrimonio judíos son ante todo arquitectónicos. En su parte superior un templo simboliza la función de la unión conyugal: construir un hogar, como aquel que fuera el primero. En su cara interna ha sido grabado mazol tov –buena suerte- sellando así el destino de la unión.
El globo terráqueo de bronce refleja las constelaciones en lugar de la geografía del mundo. Lo más curioso es que las mismas están vistas desde arriba como se supone Dios las vería. La acuarela del Arcangel Israfil se encuentra entre varias de una serie que conforman el relato sobre el anuncio de la fecha del Juicio Final. El mismo será comunicado mediante el sonido de un cuerno.
La exquisita selección de piezas repreala convive con la proyección de imágenes de la ciudad en la actualidad. En todos los casos, acentúan la diversidad que la identifica. Diversidad que da prueba de lassenta justamente a todos los habitantes de Jerusalem. Su ubicación en la s históricas luchas y conquistas.
Otra propuesta innovadora proviene del Lower East Side: el New Museum convoca a todos aquellos obsesionados con el coleccionismo.
The Keeper, ha ocupado un espacio destacado en la prensa local desde mucho antes de su inauguración. Su apuesta a una temática controversial: artistas que acumulan objetos para conformar sus obras agotó los catálogos en los primeros días de exhibición y no llegaron a re imprimirlos antes del cierre.
La obra preferida por el público es la que da lugar al planteo del artista-curador-coleccionista como eje central de esta exhibición. The Teddy Bear Project, una colección de más de tres mil imágenes tomadas entre 1900 y 1940 nos muestran a hombres, mujeres y niños acompañados en momentos significativos por un oso de peluche.
Ydessa Hendels, alemana de nacimiento y canadiense por elección, da testimonio de historias increíbles con este trabajo. Tal es el caso de un soldado de la Segunda Guerra Mundial a quien su madre entregó el Teddy Bear que había acompañado toda su infancia con la condición que lo trajese de regreso con él. Las fotografías de su partida y regreso se ubican al lado del oso original.
Lo significativo de estas fotografías radica en la connotación que se le ha dado al objeto coleccionable, heredable e irremplazable. Una historia por cada imagen, tres mil de ellas rememoran un tiempo pasado donde el vínculo entre el niño o adulto con su muñeco construía un universo paralelo.
Hoy, los Teddy Bear miran fijamente el paso de los visitantes del museo, como han mirado inmóviles durante tantos años a sus dueños.
Al dirigirme a la salida, no pude evitar pensar que algo faltaba en la muestra: Arthur Bispo do Rosario. Aquel artista que creo su cuerpo de obra durante los cincuenta años de internación en un asilo cercano a Rio de Janeiro. Pese a que la condición de paciente devenido en artista o de artista paciente no es clara, su obra no deja duda alguna sobre su creatividad. Presentada en la Bienal de San Pablo de 2012 y luego en la de Venecia de 2013 hoy forma un Museo que lleva su nombre y alberga allí sus más de ochocientas obras.
Y entre mis pensamientos llegué sin darme cuenta a la planta baja donde antes del gift shop había una sala más que complementaba The Keeper, y allí me encontré con algunas de las obras de Arthur Bispo do Rosario; lo cual hizo a esta exhibición la más completa jamás soñada.
Adentrandonos en una experiencia más espiritual, el Rubin Museum presenta una oportunidad de viajar -sin necesidad de pasaporte - a destinos como los Himalayas y las regiones vecinas incluyendo India. Su objetivo es que los visitantes hagan conexiones entre la vida contemporánea y el arte y las ideas de dicha región a través de experiencias que alenten descubrimientos personales y nuevas formas de ver el mundo.
Su colección abarca objetos de la meseta tibetana, regiones circundantes incluyendo Nepal, Bután, India, Pakistán, Afganistán, China y Mongolia. Y encuentran un punto de contacto con la contemporaneidad, a través de obras que proponen al visitante una acción. Tal es el caso de Sacred Space.
En uno de los pisos superiores, el museo recrea una sala budista tibetana donde ofrecer devoción, oración y contemplación. Más allá de constituir un acto privado -donde creyentes y no creyentes se respetan mutuamente en la utilización del espacio- es por sobre todas las cosas una pausa en la vertiginosa ciudad. El espacio ha sido duplicado en sus dimensiones a partir del aumento de la colección gracias a donaciones que permitieron construir con piezas originales un lugar sagrado.
el punto de contacto con la contemporaneidad lo constituyen dos obras ubicadas en los extremos opuestos del mismo piso.
La video instalación de Heidi von Schaewen registra un ritual comunitario en el que una gigantesca escultura de piedra es ungida cada doce años en Shravanabelgola Karnataka India durante cuatro días. La imagen está partida en dos pantallas ubicadas paralelas sobre la pared, quizás con el objetivo de reafirmar la inmensidad del universo y nuestra limitación para poder captarlo tal cual es.
La segunda obra contemporánea, quizás más interactiva, propone responder en un pequeño papel blanco y con la ayuda de un lápiz, cuál es nuestro lugar sagrado. Hasta el momento, más de ocho mil personas han respondido y dejado su registro en un cuenco. En un estado de paz interior, y luego de un té reparador, me cruzo sobre la puerta de salida con una imagen de una deidad y observo una flor apoyada a un costado. También algunas monedas. Ante mi consulta, el personal del museo refiere que los visitantes dejan este tipo de ofrendas ante las imágenes y que ellos las retiran por las noches, aceptándolas como donaciones para su colección.
Casualmente o quizás porque estaba advertida, fue lo primero que vi al ingresar en la Sociedad Asiática: una imagen con varias monedas a un costado.
Ya lejos de Chelsea y sobre Park Avenue, este museo cuya colección se consolidó en 1979 a partir de la donación de la Señora y el Señor John D. Rockefeller Tercero, posee piezas de arte asiático de diversas naciones como Pakistan, Nepal, Myanmar, Tailandia, India, Bangladesh, Camboya, Vietnam, Indonesia, China, Corea y Japón.
Del mismo modo que el Rubin Museum, pone su acento en la relación con la contemporaneidad a través de sus exhibiciones temporarias.
Una brillante exhibición del artista abstracto de la pos guerra Zao Wou-Ki, quien creó un lenguaje personal y experimentó a través de su larga carrera con pintura en tela, tinta sobre papel, litografía, grabado y acuarelas. Para describir su obra, basta con decir que su nombre Wou-Ki significa sin límites y lo tomó en lugar de su apellido de nacimiento porque así sentía su arte.
Más audaz aún, son los videos que conviven con piezas milenarias. La proyección en la pared de la sala de un Foo Dog mirando fijamente al visitante para segundos después mover intermitentemente la cabeza a ambos lados y decir Hallo!
Emblemas de valor y energía, condiciones indispensables para la sabiduría, los Foo Dog han vigilado templos, palacios y han protegido a los más débiles.
Hoy en New York, muestran su hidalguía con una cuota de humor, reflejo de la sabiduría que han sabido cultivar.