En siglo XVII, Blaise Pascal sostenía que la causa de todas nuestras desgracias radica en la desdicha que nos produce nuestra condición débil mortal. ¿Los treinta y nueve años que vivió, habrán sido apesadumbrados por esta certeza? ¿Sabría, pese a la finitud, la importancia de su contribución a las generaciones posteriores? Mucho antes que Pascal, en el siglo I aC, Tito Lucrecio Caro escribió De rerum natura – Sobre la naturaleza de las cosas –. El poeta y filósofo romano desarrolló en forma de poema su visión materialista del mundo, destinada a liberar al hombre del temor a los dioses para poder disfrutar de una vida plena. Hicieron falta miles de años y un momento histórico como el Renacimiento para que Lucrecio tuviese el lugar que merece y que a partir de allí Giordano Bruno, Montaigne, Freud o Einstein fuesen influenciados de algún modo por él. Sin embargo, al menos en el mundo occidental el miedo a la muerte es una preocupación que se antepone al disfrute de la vida, cual manipulación externa y superior a nosotros que impide disipar la angustia. Lucrecio dio indicios de lo que sería la concepción del mundo moderno: planteaba que al mirar el cielo y admirar las estrellas, no estabamos contemplando la creación de los dioses, sino el mismo mundo material del cual formamos parte y de cuyos elementos estamos hechos. Eso le llevó a afirmar que nada dura eternamente, ya que solo los átomos son inmortales. Cristina Portela tiene un particular interés en esta porción irreductible de materia. Las pinturas que presenta hoy en Zafarrancho integran la serie Átomos en el Espacio. En sus fondos oscuros, la inquietud se manifiesta. Siempre en tonos bajos, algunas de las obras presentan formas o figuras emergiendo sutilmente. La composición que todas las pinturas conforman sobre la pared da cuenta de esta atomización. Cada una de ellas es parte de algo más. Su materialidad les permite ser tanto en modo independiente como en conjunto. Como afirma el crítico literario Stephen Greenblat, el arte penetra siempre en la persona a través de las fisuras existentes en su vida psíquica. En el caso de Portela la utilización de un medio como el video le permite hacer contacto con el espectador sin artilugios ni distracciones. El miedo, el dolor, la enfermedad, son disparadores para Aura, Angor, Mi plan perfecto y Preferiría no hacerlo. ¿Qué lleva a una artista plástica a innovar en un soporte como el video? ¿Será la necesidad de poner esa imagen estática en movimiento? ¿O podría ser simplemente la oportunidad que le brinda un nuevo soporte para dialogar con otro lenguaje estético? En cualquier caso, detenerse en el por qué nos aleja de la posibilidad de experimentar. Ya sea silente o con sonido monocanal, todos ellos nos trasladan metafóricamente a un estado de inquietud, nos interpelan en nuestras certezas. Al vivenciarlos en la soledad y la penumbra que propone el espacio podremos respondernos o no esa pregunta -que cual gota que orada la piedra- nos persigue incansablemente. ¿Es posible dejarnos ser en el arte? Invisible es una invitación a dominar nuestros miedos, aceptar nuestra finitud y aprovechar la belleza y el placer que el mundo nos ofrece.