Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua
Jorge Luis Borges, Arte Poética, Obra Poética
En estas palabras de Borges podríamos resumir el eje principal de las obras de Roberto Tabbush: el agua, de presencia imprescindible, ha dejado pasar los rostros de momentos figurativos dando lugar y protagonismo a los colores.
En su visión del paisaje, el color armoniza la escena. Al borde del agua, en el cielo, en el suelo y en cada una de las pinceladas que van cubriendo la tela blanca.
Tabbush ha viajado, recorrido, vivido y conocido mares, tierras y cielos en distintos puntos del globo. Sabe que la luz es diferente en cada lugar. Los atardeceres de Uruguay no son como los de Buenos Aires, pese a reflejarse un mismo sol en las aguas de un mismo río. En la orilla uruguaya lo hace de un modo plateado, mientras que del lado argentino se ve suavizado por el amarillo.
¿Cómo llegó el amarillo a su obra? ¿Estaba acaso allí desde hace tiempo de un modo sutil? Una niña de vestido amarillo parece haber viajado desde Bolivia a Paraguay y de allí a algún lugar en Africa. Quizás no en ese orden exacto, pero siempre ocupando un espacio en la composición equilibrada de cada obra. Dando textura, generando una atmósfera, transmitiendo una sensación de alegría pura, candorosa, sin doblez.
Descendiente de un navegante que decidió amarrar su embarcación en estas orillas, Tabbush viajó desde niño a la costa uruguaya, donde aún hoy conserva la residencia familiar. Allí sus obras son río y mar. En ese permanente irse y llegar a cada lado del Río de la Plata nace una fascinación con el agua. Agua que brilla y esconde misterios. Agua que nutre la tierra en la cual verdes muy diferentes a los de la selva boliviana que supo retratar, crecen y se enredan en cielos difusos, donde nieblas y brumas hacen difícil precisar si los edificios y construcciones son algo más que rastros de civilización.
En sus obras, los verdaderos habitantes del espacio son los colores, que como observaba Ives Klein son criaturas vivas de alto desarrollo individual. Siempre a partir de un amarillo, ellos moderan la temperatura del paisaje. A veces tan intensamente que llegan a los rojos, otras tan tenue, que se fusionan con una exquisita paleta de grises.
Tabbush no se reconoce como romántico. Sin embargo, guarda coincidencias con los referentes de la Hudson River Shool. un movimiento estadounidense de mediados del siglo XIX reconocido como un romanticismo tardío de este lado del Atlántico.
Muchos de sus referentes se iniciaron en las artes a partir del grabado, mientras que en el caso de Tabbush fue la serigrafía. Todos fueron motivados en la convicción de que hay un lugar por descubrir, por explorar y donde establecerse. Realizaban estudios intensivos de la naturaleza mientras daban lugar a una reflexión sobre el hombre y su vida en sociedad.
Belleza, armonía y naturaleza eran los nobles ejes de estos pintores, y el único requerimiento era su condición de viajeros incansables, en busca de un territorio que pudiese ser observado desde un determinado lugar.
Radicaba allí el valor poético del paisaje, que ante todo había sido consecuencia del recorrido emprendido por el artista a tierras lejanas de la urbanización, donde la luz cubría el río Hudson y sus valles de un modo mágico.
Tabbush, ha viajado y su mirada construye paisajes con una luz integradora de tantas y tan diversas geografías. ¿Cómo plasmarla en la tela? Es claro que los óleos y sus combinaciones no alcanzan, porque la distancia que le impone el pincel lo preocupa. Entonces es su mano, un trapo o un trozo de cartón, lo que imprimirán el gesto personal a cada una de sus producciones.
De los atardeceres de John Frederick Kensett, hay uno en particular que se exhibe en el ala americana del Metropolitan Museum de NY que parece haber encontrado en la obra de Tabbush su abstracción. Se trata de Sunset Sky (1872) donde los grises y amarillos alcanzan escalas sutiles para las pequeñas dimensiones de la tela que un caballete podía transportar en aquellos tiempos.
En la obra de Tabbush, estos grises y amarillos resultantes de capas, pinceladas y pacientes combinaciones, se expanden en la tela e invitan a recorrer las huellas que cada decisión del artista ha dejado a su paso.
Su obra, como su vida, se encuentran en un punto de maduración exacto; donde ha logrado consolidar una mirada rica en experiencias, feliz, alegre y optimista como el amarillo al cual ha dado un lugar destacado en las pinturas.
Lo reflexivo del óleo, va de la mano con la calidad que ha desarrollado para plasmar lo infinito de lo mínimo. El trabajo en el taller y la lectura articulan la atmósfera que cada una de sus pinturas transmite a un espectador ávido de espacios para la reflexión y la contemplación.
Fermín Févre, planteaba que tanto en Argentina como en Uruguay había un significativo número de artistas que no adherían a grupos o tendencias artísticas, sino que entendían sus producciones como singulares y originales. Al referirse puntualmente a Tabbush, reconocía en él una actitud contemplativa desde la cual desarrollaba sus sueños y percepciones, rescatando su individualidad, independencia y libertad. Estas fueron sus palabras a propósito de la muestra del año 1999 en la Galería El Socorro.
Casi dos décadas después es la misma Galería quien presenta las últimas composiciones donde la reducción de formas crea franjas de colores que dividen tierra, mar, río y cielo. Paisajes abstractos de un artista coherente consigo mismo y preciosista, que ha incorporado nuevos desafíos a su producción artística sin por ello dejar de lado su sueño de emocionar al espectador.