Gracias a Ciudades Antípodas el sueño de mi niñez de cavar un pozo y llegar a China es casi posible. Quizás no en los términos más estrictos de mi idea pero si lo hiciese, mis manos saldrían saludando en la hermosa ciudad de Qingdao.
Se que soy afortunada, porque pocos adultos se dan cuenta que lo que alimentaron con su imaginación durante la infancia tiene asidero en el mundo real. En este caso es más espectacular aún, porque a diferencia de la mayoría de las antípodas que caen en el inmenso océano, Buenos Aires tiene su contrapunto en una urbe de rica historia.
Qingdao tiene una fuerte impronta alemana -producto de los años de ocupación- y esto es observable en las huellas edilicias y urbanísticas que en un abrir y cerrar de ojos nos transportan a paisajes germánicos, al tiempo que desconciertan por su escala en relación a la geografía local.
Buenos Aires se hizo mirando a Europa y a los porteños les gusta presumir que es la París de Latinoamérica. A diferencia de Qingdao, aquí la ciudad ha sido habitada y atravesada por diversidad de nacionalidades y en consecuencia de estilos arquitectónicos.
Sin embargo hay algo que ambas ciudades comparten: Buenos Aires y Qingdao tienen las mismas estrellas. Orión y las Pléyades son observables desde ambos hemisferios, agregando mucho más misticismo a las Ciudades Antípodas.
Desde allí arriba, un soldado y siete hermanas contemplan a los niños que intentan cavar un pozo para llegar al otro lado del mundo y los alientan a no desistir en sus sueños.