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LA ENCRUCIJADA DEL CAMINO REAL

Hace dos años me encontraba investigando acerca de la relación entre Eva Duarte de Perón y la moda, a propósito de la obra del artista Nicolás Sfeir cuya exhibición coincidimos en titular Iconoclasta. Allí la imagen de Evita era interpelada por el espíritu de Christian Dior. Guiados por artículos de la época y registros históricos el planteo parecía sencillo, pero al ahondar en la búsqueda se hizo cada vez más complejo de explicar. En La razón de mi vida, Evita reconoce que le gusta lo mismo que a todas las mujeres -vestidos, joyas, carteras y zapatos- pero que al igual que ellas privilegia el bienestar de todos en la casa antes que el propio. Christian Dior, entrevistado por la revista Paris Match en 1953, ante la pregunta: “Usted, que ha vestido a las reinas de casi todas las casas reales del mundo, ¿cuál es la que más le ha gustado vestir?” respondió “La única reina que vestí fue a Eva Perón”. Esto nos puso frente a un dilema: ¿era Dior el favorito de Evita o era Evita la debilidad de Dior?


Si de arte contemporáneo se trata, la situación vuelve a ponernos en un incómodo lugar: ¿por qué las miradas se concentran en los artistas en Buenos Aires, si en las ciudades de todas las provincias es donde acontecen las expresiones y las acciones más notables?


Luego de una semana en la hermosa ciudad de Rosario; me encuentro en condiciones de afirmar que no tiene sentido buscar una respuesta al planteo, sino que es más valioso reconocer y dar visibilidad a todo lo que aquí sucede. En primer lugar porque aún la gente sostiene que Evita era adicta a los vestidos de Dior y en segundo lugar porque nadie va a ir a leer la edición de Paris Match del año 1953.


En cuanto bajé del micro, mi primer pedido de referencias estuvo dirigido al conductor del taxi que me llevó desde la terminal hasta el hotel. No dudó en señalarme que debía recorrer la calle San Luis después de las 21, ya que en ese horario todas las persianas estarían bajas y podría ver las creaciones de diversos artistas urbanos. Pero su principal consejo fue no perderme las pintadas de uno en particular, señalándome que en una ocasión lo había convocado para que pinte algo en el fondo de su casa –propuesta que el artista desestimó por no realizar este tipo de trabajos- y desde entonces lo sigue –para disfrutarlo- en las calles de Rosario. Claramente, el entusiasmo del conductor me intrigó mucho; y al encontrar en la esquina de 3 de Febrero y Boulevard Oroño la primera de las pintadas de Dimas, entendí que debía estar atenta por el resto de mi estadía a sus obras.


Apenas a cuatro cuadras de esta pintada, se encuentra el parque y frente a él, mi museo preferido en la ciudad el Castagnino, donde Guillermo Roux inauguró su exhibición Diario Gráfico el día 24 de Mayo de 2019


Este museo surgido en 1937 de la colaboración entre el gobierno municipal y la iniciativa privada funciona en el espacio donado por Rosa Tiscornia de Castagnino en memoria de su hijo Juan Bautista reconocido coleccionista de arte de principios del Siglo XX. El edificio proyectado por los arquitectos Hilarión Hernández Larguía y Juan Manuel Newton estuvo a la vanguardia de los museos de su tiempo y es una de las instituciones artísticas más relevantes de nuestro país tanto por su acervo como por la proyección de sus actividades. De hecho, es un placer disfrutar de la programación que combina –entre otras actividades- conciertos en la sala central: hace de cada muestra una nueva exhibición. Durante los fines de semana, a las 18, los ciclos de música recorren variadas programaciones a cargo de destacados interpretes, como por ejemplo el concierto del domingo 25 donde Elías Gurevich en violín, Luis Giavon en oboe, Paula Wihmüller en viola, María Jesús Olóndriz en Violochelo y Victor Cortés en piano acompañaron los dibujos de Roux con la sonata de Wolfgang Amadeus Mozart.


Hay un detalle no menor en el personal del museo como en los funcionarios del área de cultura y esto es su formación.

El director del Castagnino+MACRO Raúl D´Amelio accedió a su cargo por concurso y la Subsecretaria de Industrias Culturales y Creativas Clarisa Appendino es egresada de la Universidad Nacional de Rosario de la Carrera de Bellas Artes y está especializada en Crítica y Teoría. Y créanme, esto se nota: en la visión, en la gestión, pero ante todo en el profesionalismo con el cual llevan adelante la programación de los museos y los espacios culturales rosarinos.


Por eso no sorprende que esta ciudad haya dado artistas en todas las disciplinas quienes han dejado y aún dejan huella, que abren camino, constituyen escuelas y son reconocidos como referentes. Hace pocas semanas en la revista Ñ señalaban la recurrente presencia de artistas rosarinos –o formados en Rosario como el caso de Mariana Tellería- en el pabellón argentino de la Bienal de Venecia, como un signo de la tradición artística de la ciudad.


Tradición que se retoma a través del continuo trabajo de investigadores, artistas y gestores culturales, quienes crean con franco conocimiento de su historia y su identidad.


Entre ellos se encuentra Barullo, una publicación que retoma el ejemplo que dejó aquel inolvidable libro Rosario, esa ciudad -editado en noviembre de 1970 por la Vigil- donde se reunían textos de escritores rosarinos y fotografías en blanco y negro. Cincuenta años después se proponen crear un espacio plural, uniendo géneros y generaciones en la tarea de la escritura con premisas innegociables: rigor y honestidad. Sus editores y colaboradores sentencian: “cuando el universo digital parece haberse convertido en tiranía invencible, nosotros confiamos en la nobleza del papel, en el murmullo de las páginas que alguien da vuelta sobre la mesa de un café, en el acto político y luminoso de la lectura.”


¿Ambicioso? ¿Utópico? Si es eso lo que sintieron al leer esta declaración de principios, esperen a presenciar Gioconda: Viaje al Interior de una Mirada. En el marco de un singular planteo donde el Teatro Nacional Cervantes se reconoce como nodo y no como lugar de convergencia del interior hacia la capital ni irradiador desde ella hacia el resto del país; Sebastián Villar Rojas escribe y dirige este maravilloso viaje de setenta minutos de duración. Villar Rojas tiene una formación en Ciencias Políticas que enriquece el planteo de su dramaturgia a través del preciosismo para modelar el tiempo y construir un objeto donde teatro, cine y arte contemporáneo respetan sus fronteras. El hecho artístico resultante impone que el lector aproveche estas dos últimas semanas de funciones en el MACRO y que este texto no devele detalle alguno sobre la brillante interpretación de Rocío Muñoz Vergara.


De lo que sí puedo dar detalle es del magnífico trabajo de Marcelo Toledo en la reconstrucción de algunas de las joyas más emblemáticas de Evita, que se exhiben en el Museo Estevez. En el texto de sala, María Laura Carrascal señala que estas creaciones son fruto de la visión del artista sobre la vida y obra de quien prometió volver y ser millones. Es cierto que en los últimos años se puso en duda que esta frase emblemática perteneciese Evita. La historiadora Patricia Funes atribuye el primer registro de la misma al cacique del Alto Perú Tupac Katari quien la habría pronunciado en 1781 cuando antes de ser descuartizado manifestó: “A mí solo me mataréis, pero mañana volveré y seré millones.” Si Eva Perón lo sabía de algún lado, si alguien se lo dijo, si fue simple coincidencia es imposible de precisar. Pero impresionan que ambos compartan el trágico final y la inevitable relectura de la historia.


Y volvemos así al principio, que si Evita era adicta a Dior o Dior era adicto a Evita. Parece que nuestra historia nos sumerge en una espiral de la cual es imposible escapar.


Sin embargo, otras cuestiones sí tienen respuesta inequívoca. Como Rosario, donde las nuevas generaciones rescatan el espíritu irreverente y combativo de Berni sin olvidar su origen ni pertenencia, realizando obras que nos obligan a viajar desde este lugar que llamamos -inapropiadamente- Capital Federal.



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