“¿Qué ocurre cuando dejamos de ver el mundo a través de pantallas para regresar con fuerza a modos directos que nos unan con nuestro ambiente?”
Con esta pregunta y en el marco de la residencia que lo trajo a Buenos Aires, Nicholas Quiring nos invita a recorrer esta suerte de estudio abierto en La Paternal. Tanto el tiempo de trabajo como esta exhibición tienen lugar en el mismo barrio pero en distintas sedes: LPEP y El Local, respectivamente.
Su pregunta puede impresionar de simple respuesta. Sin embargo, requerirá ante todo del compromiso del espectador. Al aceptarlo perderá el rol pasivo de la contemplación, porque esa respuesta lo obligará a enfrentarse a una profunda reflexión sobre el modo de ver y el modo de habitar.
Quiring llegó a Buenos Aires abierto a la observación y adoptó la actitud de un niño, permitiéndose caer vencido ante la ensoñación del paisaje. Y destaco la palabra niño, para retrotraernos a ese tiempo en que todo es visto con el entusiasmo del descubrimiento de aquello a lo que aún no se reconoce por su nombre.
Otro dato para tener a mano antes de adentrarnos en la obra es que su vida está centrada en dos ciudades -Michigan y París- donde la docencia, la arquitectura y el arte se entrelazan en la construcción de un camino que lo lleva una y otra vez a cada lado del océano Atlántico.
En ese camino, la arquitectura es el contexto dentro del cual se manifiestan sus dibujos. Y en ellos hay un sujeto -el árbol- que abrirá el rol interpelador de su trabajo. Las imágenes nos devuelven árboles que están tan integrados a la arquitectura de la ciudad que se pierden en un paisaje urbano al cual pocos le prestan la debida atención. Su destreza para cautivar al observador con perspectivas y detalles, es notable. Pero en cada rama, en cada tronco y en cada parte del follaje subyacen las otras preguntas que desvelan a su creador.
¿Sabemos cuántos árboles han desaparecido?
Según la Agencia Italiana de Noticias en el Amazonas -solo en un año- se han perdido 745 millones de árboles. Claramente este dato fue omitido por el gobierno de Brasil durante su presentación en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que tuvo lugar en el mes de octubre del 2021. El especialista en medio ambiente, Marcelo Leite, señaló que la cifra de árboles quemados o derribados fue de "800 millones y pudo haber sido de hasta mil millones", entre 2020 y 2021. Por si fuese difícil imaginar la magnitud de esta pérdida, podemos expresarla en kilómetros cuadrados y de ese modo señalar que fueron deforestados 13.235 km2 de la región amazónica. Y para bajarlo aún más al mundo tangible, mencionar que sería el equivalente a 65 veces la extensión de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Sí, sesenta y cinco veces la extensión de la ciudad que se mira a sí misma como la poseedora de la arquitectura más europea de Latinoamérica y en la cual sus espacios verdes son en un 65% maceteros y derivadores de tránsito.
Sinceramente, pensar en sesenta y cinco ciudades de Buenos Aires -una al lado de la otra- conteniendo árboles, siendo talados o quemados y quedando así la tierra arrasada, genera imágenes devastadoras en mi mente y sensaciones de angustia que anudan la garganta.
¿Qué importancia le damos a la naturaleza como contexto? -nos interroga Quiring-
A la luz de estos datos, al menos en el Amazonas y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la respuesta es “ninguna”.
Pero la poética de su obra no merece en absoluto concluir estas líneas con una sensación tan desesperanzadora. De modo que busqué en mi biblioteca un libro de Beuys con el que refrescar en mi memoria la maravillosa intervención que realizó el artista alemán en Documenta en 1982. Para quienes no están familiarizados con aquella acción, les describo brevemente lo que sucedió en Kassel: una enorme pila de siete mil bloques de roca de basalto fueron colocados en la plaza Friedrichsplatz frente al Fridericianum -el mismo sitio donde en 1933 los nazis quemaron los libros que consideraron contrarios al espíritu alemán-. Beuys tenía una consigna: para retirar cada piedra se debía cumplir con el compromiso de reubicarla al lado de un roble, el cual obviamente debía plantarse en esta localización. Y también tenía una condición: hasta tanto los siete mil robles no estuviesen plantados, las piedras permanecerían allí con la intención de crear conciencia en los habitantes y visitantes de la ciudad.
Joseph Beuys murió un año antes de que fuese retirada la última roca, pero sus seguidores completaron la tarea. Luego de cinco años, cada basalto tuvo su roble, cada piedra construyó memoria y cada árbol reconstruyó el paisaje arrebatado a la naturaleza.
Hoy, en Kassel, los siete mil robles dan sombra y oxigenan la ciudad, a través de un paisaje que hubiese sido el deleite de cualquiera de los artistas de la Hudson River School -aquellos del romanticismo tardío de los Estados Unidos que mochila al hombro emprendieron viaje río arriba en busca de montañas, bosques y cielos que pintar-.
Sabemos que antes de dibujar, Quiring fue ceramista. Al hablar de ello, surge el concepto de “centro” y queda de manifiesto una búsqueda de equilibrio entre fuerzas y materiales, algo que siente perdido en la arquitectura actual.
En mi opinión, es el oficio ceramista el que se trasluce en las texturas de las luces y las sombras que ocupan en estos días las paredes del espacio El Local, lugar elegido para compartir con otros sus descubrimientos.
Del modo en que estos hallazgos pasaron desde sus pupilas hacia sus manos -y a través de ellas a la pared- no hay mucho que aquí podamos develar. Sin embargo, podemos señalar que los años de estudio, de práctica, de asistencia a su profesor-mentor y por sobre todo, su preciosismo, están de manifiesto en cada uno de los puntos que conforman las líneas de los dibujos.
Sus palabras afables hilan un statement artivista donde contexto y sujeto -arquitectura y dibujo- se valen de la naturaleza y de la vida urbana para reclamar atención.
Al igual que Beuys y sus siete mil robles, Quiring enaltece la vida para que podamos ver de nuevo. Nos invita a no perdernos en las pantallas, sino a ser parte de una revolución.
Cecilia Medina
https://ansabrasil.com.br/americalatina/noticia/brasil/2021/11/22/amazonas-745-millones-de-arboles-perdidos_5bebbfcf-fac0-4c62-99fe-f00966a17764.html
https://www.clarin.com/viste/-peor-noticia-mundo-ultimo-ano-amazonas-perdio-745-millones-arboles_0_WAsgcCf8c.html
https://www.eldiarioar.com/politica/3-646-espacios-verdes-computados-ciudad-60-son-canteros-derivadores-transito_1_8607927.html